jueves, 13 de junio de 2019

Nueva efeméride: 21 de agosto

El próximo 21 de agosto cumpliré dos años desde que salí de Venezuela. Quienes han migrado, dicen que no olvidan la fecha en que se fueron (o llegaron, dependiendo desde dónde se mire) y queda como una efeméride en nuestras vidas. Yo tengo ese día muy presente. Marca un antes y un después, un parteaguas, como dicen por acá. Fue el día en el que me despedí de mi país, y en el que fui recibida por México, y me trae una sensación agridulce, mezcla de intenso dolor con abrazo cálido y amoroso. Por casualidad, mi permiso de residencia vence un 20 de agosto (aún cuando nada tiene que ver con la fecha de mi llegada, pues viví un año en trámites debido a trabas burocráticas en mi país de acogida) los traspiés, idas y venidas, y dilaciones, dejaron ese 20 de agosto en el documento más importante que tengo ahora, y que es mi tarjeta de identidad. Por eso, también el 20 de agosto está allí, como día relevante de mi historia personal y familiar.

Desde que me fui de Venezuela, entré en una etapa de mudez. Me bloquee. Escribir se volvió muy doloroso y mi participación en redes sociales, ha sido casi inexistente desde entonces. Es hoy, dos años después, que asumo este proyecto, en el que quiero contar la historia de cómo fue que perdí a mi país.

Probablemente, cuando me fui no tenía la capacidad de procesar la pérdida así como de reflexionar sobre todo lo que ocurre y ocurría en Venezuela. Tampoco se si la tengo ahora, pero los acontecimientos me están obligando a mirar hacia atrás (¿O sería hacia adelante?): viajaré a mi país dentro de pocos días. La sensación es contradictoria: quiero ir, ver a mis amigos y sobre todo, vivir el momento por el que estoy viajando, la graduación y matrimonio de mi hijo mayor. Pero tengo miedo por lo que puedo vivir, y sobre todo, por aquello que sin duda voy a sentir.


Regresar en junio

Abrir la puerta de mi casa y encontrarme con todo lo que dejé atrás, con mis plantas, en especial mis orquídeas, mis libros, los recuerdos que guardo, mis textos y mis dibujos, mis vecinos y mis amigos. Mi casa, la que habité y en la que viví tantas cosas, la que me costó una vida conseguir y la que era perfecta, porque me sentía tan bien en ella. El paisaje del Ávila, el canto de las guacharacas, las guacamayas que se ven por la ventana y que suelen anidar en el tronco seco de chaguaramo que está enfrente de mi edificio. La morrocoya que crié desde que mis hijos eran muy pequeños, y que debe tener más de 20 años, que aún vive en el parque del edificio y que un vecino alimenta. Mis amigos y las calles en las que he vivido toda mi vida adulta.

Mi mesa de noche, con los libros que entonces leía y que dejé allí, junto a mis cuadernos y cosas personales. Mi ropa colgada en el closet y los cuadros que también cuentan mi historia: artistas que me regalaron sus obras, otros que compré porque me gustaron, los de mi comadre Mariana y que me encantaría ver en mi casa mexicana. Las fotos de los viajes y momentos familiares en las paredes.

Será ver los pedazos de la vida que dejé. Lo que construí y tuve que abandonar. Abrir papeles, destapar memorias, ver las fotos de mis hijos cuando niños, encontrar mi historia. Y lo más doloroso será tomar decisiones sobre mis objetos: aquello que dejaré y lo que podré o no llevar, sopesar entre uno y otro, decidir qué regalo, qué guardo, que boto.

Cuando salí de mi casa, lo hice con dos maletas. Empaqué, como quien sale por pocos meses aunque sabía que no volvería pronto, pero lo hice como si muy pronto estaría de vuelta. Y aquí estoy, dos años después, volviendo por pocos días. Es esa la confusión y la tristeza que me acompaña.

Al tiempo, no dejo de hacer planes: quiero comer cachapas, hacer pilates con Inara y Julio, ir a la panadería y desayunar un cachito con un marrón, ir al parque del Este y ver El Ávila desde allí, encontrar a mis amigos.

Me debato entre la certeza de que menos es más, que es sano dejar fluir, y que hay que practicar el desprendimiento para saber vivir con aquello que es esencial. Sin embargo, es el peso de mi historia y de toda mi vida la que está en este lado. De alguna manera, me he construido en estas paredes, en la que es mi casa (la única que tengo, además), y me consuela saber que me aguarda. Que si algún día regreso, me estará esperando con sus mismos paisajes, objetos y recuerdo al cálido y amoroso hogar que en algún momento fue.

Me reconforta enfrentar este reto de la mano de ustedes, de alguna manera me siento acompañada y escribir este blog me fortalece. Así he logrado vencer la mudez, que en contra de mi oficio como periodista, me ha gobernado estos últimos años.