domingo, 2 de agosto de 2020

Chile relleno de flores de Jaimaica sobre caraotas negras

Si hay algo sabroso en migrar, son los nuevos sabores.

No se asimila rápido. Luego de tres años es que al fin puedo diferenciar entre chiles. Tengo certeza de que me gusta más el pasilla y el chipotle, seguido del chile de árbol. El serrano (que ya conocía desde Venezuela) es el que menos. Y no solo puedo, sino me encanta, comer acompañando a la comida con picante. Sin embargo reconozco que este conocimiento que hoy ostento con orgullo es apenas la punta del Iceberg en una cultura muy densa y compleja. La realidad es que no se nada.

A pesar de esta escasa sabiduría, hoy preparamos como comida dominguera chile poblano relleno de flores de Jamaica sobre una cama de frijoles negros. La receta eran con frijoles bayos, pero nosotros le agregamos el toque venezolano. Y no puedo describir la complejidad del sabor: el leve picante del chile, con el ácido/dulce de la flor de Jamaica y el complemento de la pasta de caraotas negras trituradas sobre las que se sentaba. Un verdadero viaje de sensaciones.

Recién llegada a México me invitaron a comer tacos al pastor. Pude apreciar la sorpresa de combinar la piña con el cochino y el picante, sin embargo, en adelante los tacos no me entusiasmaron gran cosa y la comida en general con excepción de los chilaquiles que me conquistaron desde un inicio y los tamales, a los que me volví adicta hasta que mi nutricionista me los prohibió, me parecía bastante repetida. Ahora entiendo que era parte de la miopía en la que me tenía sumida mi ignorancia. 

Creo que se requiere de cierta apertura de corazón, para de verdad apreciar la comida de otra cultura cuando migramos. Dejar de lado la nostalgia por aquello que dejamos atrás. No pensar más en arepas, cachapas, dejar de comparar los quesos blandos o de añorar el casabe, que ese sí es verdad que no encuentro. O la falta de empanadas, sobre todo las orientales con el toque dulce y picante, golfeados o tequeños. O la morcilla carupanera, que no he vuelto a probar desde hace ya mucho tiempo.

La verdad, es que la cocina venezolana es cada vez más una opción a la mano: a cuadra y media de mi casa, en distintas esquinas, hay dos restaurantes venezolanos. Y en el mercado Juárez, donde hago mis compras, hay una bandera de mi país en un puesto que ofrece desayunos y almuerzos. Tengo pendiente pasar un día de estos por unos patacones, que vi en el menú. La harina PAN la venden en Walmart. En el mercado Medellín se consigue todo lo necesario para hacer hallacas.

Recuerdo mi sorpresa con la visita de unos amigos italianos en Caracas, que solo querían comer pizza y pasta. No dieron el paso a ir a una arepera, aunque los invité con insistencia. Me impresionó la falta de aventura, de riesgo, de curiosidad. La indiferencia ante la posibilidad de descubrir nuevos sabores.

Sin embargo, cuando llegué a México, y aunque iba entusiasmada a visitar mercados y taquerías, los nuevos sabores pasaban por mí, pero no yo por ellos. Ahora entiendo que debía asimilarlos, hacerlos míos. Dejar de verlos como una turista para que formen parte de mi nueva cultura.

Es por eso que en estos días de cuarentena hicimos un sancocho venezolano, al que le agregamos maíz pozolero, y obvio, un toque de picante. Y no puedo describir lo que es eso de increíble. Ya asimilamos en nuestra dieta - y no podemos comer sin tenerlo en la mesa- la salsa de cacahuate con chile de árbol, así como la salsa verde o roja, que hacemos en casa.

Esta fusión de comida, en la que mezclamos los sabores que traemos de Venezuela con los de México, es expresión de la integración que ocurre al interior, cuando ya dejamos de ser un poquito de allá para serlo más de acá.

Aún tengo camino por recorrer: me falta entender cómo se usa el epazote, no termina de encantarme el huitlacoche, aún no me gusta que la tuna al cocinar suelte esa agua densa y espesa, las flores de calabaza son todavía una rareza en mi cocina (las he preparado una que otra vez, pero como una excentricidad), el mezcal y el tequila no son mi bebida natural. Y en el tema de los chiles, ahora es que falta...

Sin embargo, ya me siento preparada para que los sabores de México sean parte de mi. 







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